miércoles, 1 de noviembre de 2023

"Checo" Pérez y el azúcar


En una obra clásica, Sidney Mintz estudió la producción, el consumo y las relaciones de poder involucradas con el azúcar, sobre todo desde la perspectiva británica. Con origen asiático, los ingleses comenzaron la siembra de caña en islas del Caribe, a partir de los siglos XVI y XVII. Trasladaron mano de obra esclava desde África, desplazaron a los indígenas y abrieron un mercado global, con eje en Londres.

Al principio, el azúcar fue un artículo de lujo, reservado sólo para las élites. La nobleza la consumía no sólo por su dulzura, sino por su exotismo y por la marca de distinción social. Los más ricos y poderosos obtenían validación con el consumo. 

Mintz explica que, con el aumento de la producción, el azúcar refinado se abarató lo suficiente como para que las clases medias y bajas la consumieran de forma cotidiana. Fue un proceso de siglos. Cuando estuvo disponible en la mesa de los pobres, los ricos dejaron de consumirla como antes, no porque dejara de gustarles, sino porque ya no les daba estatus. Hubo, incluso, quien comenzó a despreciarla por picar los dientes o provocar obesidad, entre otras causas. 

En general, la historia de las pautas de consumo nos da valiosas pistas sociológicas. Si queremos generalizar, el consumo muchas veces "desciende" desde las clases altas a las bajas, portando un nudo de significados relacionados con el producto. Si los nobles consumían el azúcar como "sutilezas" (un tipo de esculturas hechas de azúcar que resultaban carísimas en un principio), los pobres la consumían, después, sobre todo porque les aportaba calorías baratas.

Los patrones se repiten. Así, por ejemplo, las élites mexicanas, tanto económicas como políticas, comparten pautas de consumo que no están al alcance de las clases populares. Hace unos días, el alcalde Pablo Lemus y el gobernador Enrique Alfaro presumieron la presencia de Sergio "Checo" Pérez en las calles de Guadalajara. El piloto de Fórmula 1 dio un espectáculo para las masas (aunque era martes a mediodía). El propio Lemus argumentó que el evento también tenía carácter "social", pues la clase trabajadora no puede acceder a una carrera. En parte, tiene razón.

Los precios para el Gran Premio de México, que se corrió este fin de semana, iban desde los 1, 500 pesos (los más "accesibles"), hasta los 27, 000, el sueldo de más de tres meses de un trabajador promedio. Por eso, asistir a la carrera es, sin duda, una práctica de consumo para las élites. Ahí las vemos, en la grada, vitoreando al piloto mexicano, aplaudiendo el paso de un automóvil, subiendo cualquier cantidad de "selfies" y videos a las redes. Tanto así, que hubo quejas de los pilotos por el "acoso" de los fans (https://bit.ly/3sLF6II).

Muy probablemente la mayoría de los que fueron a ver a "Checo" Pérez no es aficionada constante de la Fórmula 1. Quizá es la única carrera que ven en el año, pero para ellos es una marca de estatus asistir, es una forma de obtener validación como parte de la élite. Así como el azúcar en el siglo XVII, el Gran Premio de México tiene éxito entre los privilegiados como pauta de consumo reservada para los de arriba.

Pero, igualmente, ¿qué pasaría si, en algún momento, los boletos para el Gran Premio de México bajaran lo suficiente de precio como para que los de abajo asistieran masivamente? Seguramente se anularía el incentivo para que las élites asistieran. E incluso repudiarían el evento y no faltarían voces críticas, por la contaminación, el ruido o las aglomeraciones. 

Cuando consumimos no sólo satisfacemos una necesidad biológica, como el hambre o la sed. O una necesidad como el entretenimiento o la diversión, en el caso de los espectáculos artísticos o deportivos. También cumplimos con imperativos simbólicos, reproducimos significados asociados a los productos, desde una taza de café hasta la compra de un BMW, o desde un libro de filosofía hasta una pantalla 8K, todo está mediado por un nudo ideológico. 

La historia de las pautas de producción y consumo, así como la sociología que estudia los alimentos y los espectáculos, nos revelan qué es lo que determina nuestra conducta cotidiana y, al parecer, "libre".

domingo, 22 de octubre de 2023

Infierno e infinito


Entre los mitos griegos antiguos encontramos a una serie de personajes que han sido castigados a realizar labores repetitivas sin término. 

Sísifo, acaso el más conocido, está condenado a empujar una enorme roca cuesta arriba, sólo para que ruede de nuevo hacia abajo y se repita el proceso, sin fin.

Las danaides, hijas de Dánao, fueron castigadas por el asesinato de sus esposos y tienen que llevar agua a un barril agujereado, sin descanso. 

Ocson, por su parte, acaso por impiedad (habría matado al buey Apis), ha recibido como pena anudar dos lazos para trenzar una cuerda, sólo para que, inmediatamente, una burra se la coma.

Estos trabajos infernales no tienen fin, en ambos sentidos: no tienen término y no tienen un propósito, más allá de la propia labor repetitiva. Se les ha quitado el sentido, el para qué, y sólo ha quedado el trabajo, que no puede terminarse. 

No se trata de castigos interminables en los que el que los sufre está inmóvil o es pasivo, como Prometeo, condenado a que un cuervo le devore el hígado, que crece otra vez para que el ave vuelva a comérselo. O Ixión, que está atado con serpientes a una rueda sobre una hoguera. Se trata, en cambio, de castigos en los que el infortunado tiene que trabajar, sabiendo que no podrá acabar jamás y que, además, su trabajo es absurdo.

Si pasamos de los mitos a nuestra realidad, ¿qué pasaría si nos diésemos cuenta de que también nosotros estamos condenados, de forma similar, a realizar tareas interminables o sin sentido? ¿Podríamos soportar la idea de que no hay un para qué de lo que hacemos más allá de repetirlo incesantemente? 

La Cristiandad ofreció a occidente un sentido por cientos de años. El sentido de la vida individual era la salvación. Y el destino de la humanidad sería preparar la segunda venida de Cristo, para llegar así al paraíso en la Tierra. Había una historia, es decir, una trayectoria del tiempo en la que se puede enmarcar un pasado, un presente y un futuro, con un término, el Juicio Final. Después, vendría la eternidad del gozo o del sufrimiento.

Para Nietzsche, con la "muerte de dios" se acabó también el sentido cristiano. La Modernidad diseñó reemplazos. La Ilustración y el positivismo predicaron la "Edad de la Razón" como un ideal, que culminaría cuando en todas las áreas de la vida humana prevaleciera la racionalidad, desde la ética individual hasta la política, pasando por las actividades productivas. Según esta perspectiva, hay historia y su fin es la construcción de una sociedad racional, basada en la ciencia.

Una derivación de ese sueño moderno es el marxismo. El sentido de la historia es la emancipación de las clases explotadas, en todos los medios de producción. El esclavo, el siervo y el obrero, como avatares de la clase oprimida, se suceden uno a otro en una gran odisea hacia la sociedad sin clases, que vendrá después de la revolución, como acontecimiento de ruptura que inaugurará el socialismo y, como punto final, el comunismo, la sociedad sin clases, sin Estado, sin explotación y sin desigualdades. 

El sueño de la razón moderna produjo monstruos. La razón y la ciencia se aplicaron también para el exterminio en los campos nazis. Y en nombre de la revolución también se cometieron atrocidades. Los reemplazos de dios como dotador de sentido se revelaron no sólo como insuficientes sino también como peligrosos.

Cada vez más alienados, ahora parece que el sentido ha escapado de nuestras manos. Lo que se reproduce y crece no es la humanidad, sino sus productos, ahora reificados. Los grandes sistemas políticos y, sobre todo, productivos, nos reclaman como medios para sostenerse y crecer. Los aparatos estatales y la industria se sirven de nosotros para sus propios objetivos, que no son otros que empoderarse sin pausa.

No hay un conductor en todo esto. La maquinaria a la que servimos se dirige sola, consumiendo recursos y seres vivos. No hay dios, no hay razón ni clase revolucionaria que pueda detenerla. Y lo sabemos, como Sísifo, como las danaides y como Ocson sabían perfectamente que lo que hacían escapaba finalmente a su voluntad.

Acaso lo nuestro sea peor. Los condenados de los mitos griegos tenían garantizada su existencia, así fuera repetitiva y absurda. Nosotros sabemos que más bien con dirigimos al abismo de la aniquilación. Parafraseando a Benjamin, el "freno de emergencia" de la "locomotora del progreso" quizá haya fallado, quizá nunca existió.

¿Debemos entonces arrojarnos al nihilismo? La conciencia del sinsentido nos aparta de ese camino. El nihilista desconoce el absurdo. Nosotros no. Nietzsche propuso como salida asumir el eterno retorno. Lo que daría sentido al todo sería decir "yo quiero", un "sí" a lo que hay, a lo que fue y a lo que habrá. Un "sí" eterno de la voluntad. Ésta es nuestra vida y desearíamos vivirla una y otra vez, sin culpa y sin resentimiento. 

Otra opción es que nos recreemos frente a la tragedia como en un espectáculo y que hagamos del miedo parte de una emoción estética frente a la obra dantesca y el fin catastrófico que tenemos enfrente.


martes, 29 de agosto de 2023

Escritura e inteligencia artificial


Desde principios de mayo de este 2023, el Sindicato de Guionistas de Estados Unidos desarrolla una huelga que ya se empalmó con la de los actores y actrices de Hollywood, que comenzó en julio. Ambas detonaron en fechas simbólicas (el Día del Trabajo y el Día de la Independencia de EE. UU.).

En el caso de los guionistas, uno de los motivos centrales de la inconformidad de los trabajadores es el uso de la inteligencia artificial para desplazarlos, al menos en una parte de proceso de creación. Lo que temen es que herramientas como Chat GPT o Bard sean utilizadas para corregir o mejorar los borradores de guion, lo que provocaría una caída en los salarios o percepciones. 

No es lejano el escenario en que un "chatbot" o un "bot conversacional" con el suficiente "aprendizaje" o "entrenamiento" pueda ser capaz de redactar un guion, más o menos de calidad. Parece que lo hay que hacer es emplear los guiones ya existentes (fruto de trabajo humano) para que la inteligencia artificial los imite. 

Es decir, estamos frente a otro fenómeno de la enajenación: la creación humana se enfrenta a los propios humanos como una fuerza no sólo ajena, sino también hostil. Los guiones que han hecho por años y décadas los trabajadores ahora pueden ser el material con el que los robots sean adiestrados para reemplazarlos. 

Como ya se ha dicho, esto no sería un problema si los estudios y las casas productoras no fueran propiedad privada, con el objetivo del lucro y la reducción de costes como prioridades. Si pueden más o menos mecanizar la creación de guiones, hasta cierto grado o completamente, se ahorrarán mucho dinero en salarios y regalías. De paso, se quitarán encima las amenazas de huelga.

Si esos estudios y casas productoras fueran, en cambio, propiedad colectiva, no habría esa contradicción y esa lucha de clases, entre los propietarios y los empleados, entre los capitalistas y los trabajadores. La inteligencia artificial podría ser utilizada para que los guionistas pudieran liberar su tiempo y emplearlo en otras actividades que los "bots" aún no pueden hacer. 

El capitalismo en su etapa tardoindustrial está mostrando más y más contradicciones internas. La enajenación tecnológica no es un tema de ciencia ficción. Ya desde la Revolución Industrial ha habido movimientos de protesta contra las máquinas. Sólo una grado de conciencia mayor ha permitido enfocar que el enemigo no es la tecnología, y ni siquiera los dueños de la misma, sino el esquema de la propiedad privada, la médula del capitalismo.

"En los próximos tres años, verán una película escrita por IA, (y será) una buena película", declaró hace semanas el director Todd Lieberman, rompiendo con el tabú de que el arte no podría ser creado por un robot. Es algo que, en cierta medida, ya es posible. Quizá Lieberman no se da cuenta de las implicaciones de lo que ha dicho, pero los guionistas sí y están luchando.

¿Será que no hay actividad humana que no pueda llegar a realizar una máquina? ¿Llegará el día en que también el análisis de las implicaciones de la inteligencia artificial pueda ser realizado por la propia inteligencia artificial? 

¿Es paranoia? ¿Es una locura? ¿Es una rebelión sin sentido? Cuando se trata de la lucha de clases, hay que darle el beneficio de la duda a la clase trabajadora organizada. Después de todo, es la que está más cerca de la realidad social y sus procesos complejos.

martes, 22 de agosto de 2023

¿Qué es el comunismo?




Los nuevos libros de la SEP han provocado una ola de ataques por parte de sectores conservadores que argumentan, entre otras cosas, que los textos tendrían como finalidad difundir una ideología "comunista". 

Al parecer, muchas personas entienden por "comunismo" algo parecido a una tiranía, en la que se enaltece la pobreza y se promueve la ignorancia, o algo similar. Por eso se vuelve necesario esclarecer el concepto, que forma parte del sistema teórico marxista. 

El comunismo es un MODO DE PRODUCCIÓN, de seis en total que se pueden encontrar en Marx:

1.- COMUNISMO PRIMITIVO: es un modo de producción hipotético que correspondería a la prehistoria y en el que no existiría la propiedad privada de los MEDIOS DE PRODUCCIÓN (la tierra, las herramientas). Marx y Engels teorizaban con que debió existir un larguísimo periodo en el que no había aparecido el concepto de propiedad, tampoco la monogamia, las leyes o un aparato de Estado.

2.- ESCLAVISMO: este segundo modo de producción, que correspondería a la Antigüedad, se basa ya en la propiedad privada de los medios de producción y, en especial, de la propiedad privada de toda una CLASE social, la de los esclavos, por parte de otra CLASE, la de los amos. Surge así la LUCHA DE CLASES. 

Conceptualmente, si hay propiedad privada, entonces hay ya división de clases, la propietaria de los medios de producción, por un lado, y la no propietaria, por el otro. 

Marx y Engels sostienen que la propiedad privada da lugar a la división y la lucha de clases, que a su vez determina la aparición de los sistemas jurídicos y políticos (que siempre favorecerán a la clase propietaria), así como los esquemas ideológicos (que justificarán la propiedad privada y las estructuras derivadas).

De esta manera, en la Antigüedad, las leyes, los sistemas políticos y las ideas dominantes tenían la función de legitimar y reforzar el dominio de los amos sobre los esclavos. La esclavitud estaba normalizada, se acepta socialmente, y la ley y los gobiernos eran diseñados y controlados por la clase de los amos.

3.- FEUDALISMO, que correspondería a la Edad Media, se basaría en el dominio de los SEÑORES, los grandes propietarios de tierras, que serían trabajadas por los SIERVOS que, a diferencia de los esclavos, no son propiedad del señor, pero están atados a él de por vida, incluso por generaciones, y no pueden cambiar de lugar.

Los SIERVOS trabajan la tierra de su SEÑOR, le pagan tributo y están obligados a luchar por él en las guerras entre señores. El señor no es amo, porque no es propietario del siervo y no lo puede vender, por ejemplo. Tiene tierras que le pertenecen por derecho de sangre y las familias que están en servidumbre también están ancladas ahí. 

Hay una especie de progreso, porque el siervo ha adquirido un poco más de "libertad", al no ser ya una simple propiedad mueble del propietario, pero la ley, los ejércitos, los sistemas jurídicos y políticos, así como las ideas hegemónicas no le favorecen, sino que están en manos de la clase de los señores.

4.- CAPITALISMO, que corresponde a la Modernidad. Aquí la clase propietaria es la de los BURGUESES y la de los no propietarios es la de los PROLETARIOS, los obreros. 

Los burgueses son, sobre todo, dueños de máquinas, talleres y herramientas, que son trabajadas por los obreros, a cambio de un salario. A diferencia de esclavos y siervos, los obreros ni son propiedad del burgués ni están atados a él de por vida, sino que pueden emplearse "libremente" con el burgués que puedan. 

Ha habido también un progreso. La clase obrera comienza a organizarse y hacer presión, a luchar por derechos como mejores salarios, vacaciones, jornadas de ocho horas, entre otros beneficios.

A la par, las leyes y los sistemas políticos comienzan a incluir a los obreros. Las democracias modernas evolucionan y les dan derecho de votar y de ser votados (al principio no lo tenían). Comienza entonces una lucha de clases que se expresa como lucha política de partidos. 

Aunque el sistema democrático tiende a favorecer a la burguesía, que controla los medios de comunicación y sigue teniendo la hegemonía en el plano de las ideas, la clase obrera tiene cada vez más espacios e instrumentos para esa lucha. Forma sindicatos y grandes organizaciones nacionales e internacionales. También tiene partidos políticos afines, es la izquierda. 

Aun así, la propiedad privada sigue vigente. Y el obrero recibe sólo una pequeña parte de lo que produce en forma de salario. El burgués se queda con el resto, la PLUSVALÍA. Es la forma de explotación más reciente. 

Y está legitimada, en la sociedad prevalece la idea de que no es incorrecto que el burgués obtenga ganancias del trabajo de los obreros. Al contrario, el burgués es elogiado por "crear fuentes de empleo" y "dar trabajo", por su "espíritu de empresa" y por su "emprendimiento". Se convierte en modelo. Y se difunde la idea de que "cualquiera", si se esfuerza y es inteligente, podría ser un burgués, un rico, un adinerado. En esa etapa estamos todavía.

Las leyes protegen la propiedad privada, que se considera un derecho casi sagrado. Y los sistemas políticos tienden también a favorecer a la burguesía, que también se organiza para impedir que asciendan los políticos que favorecen a la clase trabajadora. Con una capacidad económica mayor, se dedican intensamente a combatir a la izquierda. Es lo que vemos muy claramente con un Claudio X. González, dueño de Kimberly Clark. O con Ricardo Salinas, dueño de Televisión Azteca.

5.-  SOCIALISMO, es una etapa de transición. La clase obrera logra derrotar a la burguesía y se hace del control del aparato de Estado. Es el gran temor, el pavor de la burguesía, porque la clase trabajadora, según Marx, debería usar ahora el poder público para expropiar, es decir, para arrebatar los medios de producción que están en manos de la burguesía y, esto es importante, ponerlos en manos de los trabajadores, no ya como propiedad privada, sino como propiedad colectiva.

El problema es cuando, en lugar de colectivizar los medios de producción con la creación de cooperativas, los regímenes que han ensayado o se han parecido al socialismo se han limitado a estatizarlos, es decir, ponerlos bajo el control del Estado, no tanto de la clase trabajadora. Y se han creado burocracias que son como una nueva clase social explotadora. 

Pero teóricamente, la idea era otra, que el Estado expropiara, colectivizara y se desmontara a sí mismo. Habiendo eliminado la propiedad privada, no sería ya necesario el Estado como instrumento de represión de una clase sobre la otra, entonces el Estado dejaría de tener una función. 

6.- COMUNISMO, que vendría después del socialismo, cuando el Estado obrero culminó la labor de expropiación y colectivización. Y cuando ya no es necesario el aparato represivo que apareció milenios antes, durante el esclavismo. 

Al no haber propiedad privada de los medios de producción, no hay tampoco clases sociales, no hay lucha de clases ya y la organización de la producción no implica ninguna forma de explotación. Es una utopía, un ideal, que nunca se ha llevado a la práctica. Ningún país ha sido comunista y hay duda de que haya habido alguno que realmente haya sido socialista.

CONCLUSIÓN

El comunismo no promueve la pereza, la mediocridad o la ignorancia. Un comunista sería una persona que tiene ideas favorables a la clase trabajadora y en contra de la explotación en el capitalismo. 

Esa persona, desde la izquierda, lucha por que los trabajadores, primero, tengan mejores salarios y más derechos, por que vivan dignamente y se organicen con libertad y autonomía. 

Esa persona critica al capitalismo por promover la explotación, por perpetuar la división de clases, también por razones ecológicas y otros motivos de muy diversa índole. 

Es probable que esa persona favorezca que los ricos paguen más impuestos para que los recursos se redistribuyan en más derechos para la clase trabajadora, en renglones como la educación y la salud. 

Pero si es un comunista, con eso no se conformará, sino que luchará por la eliminación de la propiedad privada en el marco del socialismo. De ahí que haya en la izquierda toda una gama de posiciones, algunas más moderadas y otras más radicales.

¿AMLO es comunista? No, no lo es, es SOCIALDEMÓCRATA, además moderado. No plantea ninguna expropiación de la burguesía, no plantea eliminar la propiedad privada, ni que los obreros tengan el poder. No plantea siquiera elevar los impuestos a la burguesía, sino que paguen lo que ya está estipulado. 

Como izquierdista, AMLO es de los más moderados. Casi es un político de centro, realmente. No es anticapitalista, de ninguna manera, no está luchando por el socialismo y en su mente ni siquiera aparece la idea del comunismo.

¿Por qué entonces lo combate la burguesía? Porque la burguesía no sólo no quiere un gobierno que le plantee pagar los impuestos que debe pagar, sino que quisiera uno que se los redujera, es decir, un gobierno liberal de derecha. 

La burguesía no sólo no quiere un gobierno con cierta afinidad por la clase trabajadora, sino que quiere un gobierno completamente volcado en apoyo de la burguesía, la propiedad privada y la explotación. 

Por eso la exageración de llamar "comunista" a AMLO, porque en él ve a sus peores fantasmas, que no dejan de ser eso, meros fantasmas, y porque desearía que los próximos gobiernos vuelvan a  favorecer a los empresarios, exclusivamente, como en la etapa neoliberal. 

Los libros de primaria no pueden ser "comunistas", porque, para ello, tendrían que difundir una ideología que la misma burguesía desconoce y que se fundamenta en teorías económicas, filosóficas, históricas y sociológicas que están fuera del alcance de cualquier estudiante de casi cualquier nivel. Los libros de texto sólo son diferentes, quizá porque plantean cuestiones sociales de forma más clara o alguna otra razón. 

Los que sí son anticomunistas son los burgueses, pero no sólo son anticomunistas, son antiizquierdistas, son antiderechos de los trabajadores y, en resumen, son opuestos a todo lo que no favorezca sus intereses.

domingo, 2 de abril de 2023

El espectro de Padilla

 



En Guadalajara, el 28 de diciembre de 1972, paramédicos de la Cruz Roja y agentes del Ministerio Público se dirigieron a un edificio en avenida Vallarta, número 1286. En el despacho 203 se encontraba el cuerpo de un hombre que se había quitado la vida. Era Raúl Padilla Gutiérrez.

Junto con él estaba su hijo Raúl Padilla López, de 18 años, quien todavía cursaba el bachillerato. Y un amigo suyo, Salvador Martínez. 

Según la versión más aceptada. Padilla Gutiérrez se quitó la vida enfrente del joven. Era un hombre atormentado, resentido, fundador de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) en 1948, pero que no había recibido lo que él hubiera esperado. 

Eran tiempos violentos. En 1975, Carlos Ramírez Ladewig, otro de los fundadores de la FEG y quien controlaba la UdeG desde hacía dos décadas, fue asesinado, presuntamente por miembros de una guerrilla urbana. 

La FEG fungía como un órgano represor muy ligado al PRI. Y luchaba contra organizaciones estudiantiles, como el Frente Estudiantil Revolucionario (FER). 

Padilla López se matriculó en la entonces Facultad de Filosofía y Letras. A partir de ahí, su carrera política fue meteórica. En 1977, cinco años después del suicidio de su padre, se licenció en historia y se convirtió en presidente de la FEG.

Más de alguno pudo interpretar esto como una revancha. El hijo de Padilla Gutiérrez estaba ahora al frente de una poderosa organización estudiantil. Apadrinado por Álvaro Ramírez Ladewig, quien había sucedido a su hermano Carlos, Raúl no dejó de crecer. 

En 1989 se convirtió en rector general de la universidad, traicionó a Álvaro Ramírez y reemplazó a la FEG con la FEU. Fundó su propio régimen y su propia dinastía. Desde entonces controló la universidad. Había cumplido, quizá, los deseos de su padre. 

Su hermano Trinidad fue rector, entre 2001 y 2006. Consolidó su poder no sólo en la UdeG sino también en el exterior, con el mando en el PRD Jalisco y sólidas posiciones en el PRI (más recientemente, colocó gente en Movimiento Ciudadano y en Morena).

Creó la red universitaria, que extendió su presencia en todo el estado, así como un conglomerado de empresas. La Feria Internacional del Libro, el Festival de Cine, el Teatro Diana y, como remate, el Centro Cultural Universitario, fueron sus iniciativas más exitosas. 

En 2007 superó la amenaza más fuerte a su poder. Carlos Briseño Torres, que lo había acompañado siempre, llegó a la rectoría con su bendición. Meses después, no obstante, intentó traicionarlo. Lo destituyó como presidente de la FIL y lo despojó de todos sus cargos. Fue temerario, el Consejo General se rebeló contra Briseño, le retiró el cargo de manera irregular y lo sustituyó. 

Después de una serie de impugnaciones que le resultaron adversas, Carlos Briseño se suicidó de un disparo en la cabeza el 19 de noviembre de 2009, en su domicilio.

Padilla parecía inamovible e invencible. Pero la inyunción de su padre nunca lo dejó. 

Jacques Derrida, en "Espectros de Marx", analiza los temas de las inyunciones y las "obediencias diferidas" hacia el padre, con influencia freudiana. Hamlet, el héroe trágico, recibe la inyunción por parte del espectro de su padre asesinado. Debe vengarlo. Cumplir con ese mandato lo llevará a la muerte. 

"El mundo está fuera de quicio", es la frase clave de la obra. El asesinato de Hamlet padre ha determinado irremediablemente la vida de Hamlet hijo. Sólo vengando ese homicidio las cosas volverán a su lugar.

La "obediencia diferida" es empleada por Freud en obras como "Tótem y tabú" y "Moisés y la religión monoteísta". En la primera, Freud presenta una hipótesis de la etapa primordial de la humanidad, en la que los machos jóvenes se habrían rebelado contra el macho alfa de la horda, lo habrían matado, para liberar a las hembras, y se lo habrían comido. 

La culpa habría conducido a convertir al padre en tótem y a establecer como tabú el homicidio, el incesto y el canibalismo. De esta manera, los machos jóvenes habrían terminado por obedecer al espectro del padre muerto. 

En "Moisés y la religión monoteísta", Freud lanza la hipótesis de que Moisés habría sido un visir egipcio que, para preservar el monoteísmo establecido por Akenatón, lo habría implantado en el pueblo judío, al que liberó y lo llevó a buscar la tierra prometida. En medio del desierto, sin embargo, los judíos se habrían rebelado y lo habrían asesinado, sólo para que, después, adoptaran finalmente el monoteísmo, en otro ejemplo de obediencia diferida.

Derrida detecta lo mismo en el propio Freud. En "Mal de archivo" reseña cómo Jakob Freud, padre de Sigmund, le habría regalado una Biblia hebrea reencuadernada en su cumpleaños, como una inyunción para que volviera al judaísmo, pues, a esas alturas, Sigmund ya era ateo. 

Al parecer, esa inyunción no habría sido obedecida por el joven Sigmund Freud. Pero, señala Derrida, cuando, ya cercano a los 80 años, el famoso psicoanalista se dispuso a escribir y publicar su última obra, "Moisés y la religión monoteísta", necesariamente tuvo que volver a los estudios bíblicos. Sería otro ejemplo de obediencia diferida.

Este 2 de abril de 2023, cerca del cruce de las calles Tepatitlán y San Juan de los Lagos, en la colonia Vallarta Poniente de Guadalajara, Raúl Padilla López se quitó la vida, no muy lejos de donde, hace cincuenta años, lo hizo su padre enfrente de él.

¿Cuál fue el mensaje de Raúl Padilla Gutiérrez, al llamarlo, para que viera cómo se ponía la pistola en la cabeza y se volaba la tapa de los sesos? ¿No sería una inyunción también? 

Padilla López tal vez interpretó que la orden era lograr lo que su padre nunca pudo: el poder absoluto en la universidad. Pero, a los 68 años, enfermo (se habla de cáncer de estómago), ¿no pudo intuir que el mandato no era ése? Si el espectro aún lo atormentaba, si, a pesar de sus esfuerzos, ese espectro nunca se había convertido en un espíritu, que enriquece, ¿cuál sería la inyunción entonces?

Cuando Raúl Padilla López se puso el arma en la cabeza esta mañana, terminó haciendo lo mismo que su padre, en un ejemplo de obediencia diferida que, como la de Hamlet, es trágico, porque implica un destino que se cumple, a pesar de toda resistencia y de todo intento por evitarlo.

domingo, 26 de febrero de 2023

Apuntes marxistas sobre el "racismo inverso" (parte II)


En el texto anterior concluía que el "racismo inverso" no existe en el mismo sentido que el racismo sistémico, con orígenes históricos y, sobre todo, con una función social que ha sido la justificación de la esclavitud en la Modernidad. 

Igualmente, por analogía concluía que la "misandria" no existe en el mismo sentido que la misoginia, que también ha servido para justificar la discriminación económica, jurídica y política de las mujeres. 
El "racismo inverso" y la "misoginia" no existirían como elementos ideológicos dominantes y funcionales, parte de un sistema históricamente existente. 

Pero ha quedado en el aire entonces qué serían, de qué modo existirían. Y en esta segunda aproximación intentaré dar cuenta de mis ideas al respecto, que, por cierto, han sido motivadas por el intercambio de argumentos.

Ya en la primera parte de esta reflexión hablé de cómo la base y la superestructura se moldean por la lucha de clases. Hay una relación de propietario y no propietario, de una clase que explota a la otra. Pero esa relación es dinámica. La clase no propietaria ha luchado para mejorar su posición. Esa lucha ha tenido efectos económicos, jurídicos y políticos. Y también ha tenido expresión a nivel ideológico.

La clase trabajadora ha logrado derechos laborales, la fijación de un horario, el salario mínimo, sindicatos, prestaciones como el seguro médico y la educación pública. Ha presionado en todos los niveles de la superestructura para que las leyes y los sistemas políticos se modifiquen y le otorguen beneficios. No ha sido algo fácil ni definitivo. De cuando en cuando la clase trabajadora tiene que defender lo conquistado. A veces pierde terreno y a veces gana. 

Hablando específicamente de la ideología, la clase trabajadora ha logrado condensar un sistema de ideas y discursos que cuestionan la explotación, en lugar de validarla, y que evidencian también cómo la clase propietaria domina a nivel jurídico y político. En este sentido, de la lucha de clases en todos los niveles sociales ha surgido también una dialéctica a nivel de las ideas. 

El tema es escabroso, porque podemos llegar a la conclusión de que sólo cuando la ideología revolucionaria revela el engaño de la ideología dominante y transparenta la condición de subordinación en todos los niveles, sólo entonces la lucha de clases puede ser efectiva y favorable a la clase trabajadora. Estaríamos dándole un papel de primacía a la teoría, sobre la práctica. Creo que también ambas (teoría y práctica) están sujetas a la dialéctica.

Quizá los ejemplos esclarezcan. Pensemos en un esclavo africano del siglo XVII que ha sido vendido en Haití, harto del maltrato y quizá azotado por el amo, un día entra en cólera y lo asesina. Ese acto individual de violencia contra el amo sería un caso de resistencia en el nivel más básico e irracional. Probablemente al esclavo lo atrapen y lo ejecuten, con tortura aleccionadora de por medio. 

Imaginemos que ese esclavo se convierte con el tiempo en el icono de otros esclavos, que lo toman como ejemplo, sabiendo, sin embargo, que matar a los amos, al menos de manera aislada, no sería la solución para liberarse. Imaginemos que preparan una revuelta en toda una plantación y que se revelan en grupo, asesinan a los amos y sus capataces, toman lo que pueden y escapan.

Ahí ya tenemos un nivel un poco más complejo de resistencia. La práctica ha dado como resultado la conciencia de que no se debe actuar solo. Sin duda, para matar a los amos y sus capataces debe haber un odio hacia ellos, incluso un "racismo inverso" que se opone al racismo sistémico. 

Con el tiempo, sin embargo, las autoridades coloniales de la metrópoli envían tropas que retoman el control de la plantación, persiguen a los esclavos a donde pudieran esconderse y a unos los atrapan, a otros los matan y a otros los dan por desaparecidos. Como no todas las plantaciones de Haití se levantaron y como no todos los esclavos se rebelaron, la revuelta no funcionó, finalmente.

Pero imaginemos que toda esa historia de lucha de clases ha convencido a los amos de que no les conviene estar enfrentando revueltas de esclavos todo el tiempo, por lo que algunos opinan que debe haber escarmiento ejemplar y otros que debe haber concesiones. Los primeros quieren mutilar y ejecutar públicamente a los revoltosos. Los segundos quieren prohibir los azotes y mejorar un poco las condiciones de vida de los esclavizados. Incluso hay unos que comienzan a cuestionar la esclavitud. 
Así, la lucha de clases modifica un poco las reglas. Ahora hay entre la propia clase propietaria ideas menos opresivas, que pueden irse condensando. Igualmente, en la clase no propietaria, con esas lecciones históricas y experiencias, se desarrollan ideas que antes sólo eran reacciones individuales o muy limitadas. 

El odio del negro hacia el blanco surgiría como resultado de la opresión. A pesar de su irracionalidad, tendría un papel como motor de la rebelión. Pero su muy poca complejidad no sería muy eficiente para la revolución y la emancipación. Tendría un largo camino que recorrer para convertirse en una teoría emancipatoria, una ideología contestaria que lograra oponerse a la ideología dominante. Mientras, sería sólo una especie de reflejo invertido del racismo dominante y sistémico.

¿Sería entonces algo real el "racismo inverso"? Sí, pero en otro sentido que el racismo dominante. Para empezar, sería una suerte de efecto de este último, un producto, una reacción, un reflejo. No se daría por sí mismo. Sería derivado. Eso se notaría en que, si los blancos son superiores, según el racismo dominante, para el "racismo inverso" más bien serían inferiores. Es decir, reproduciría el discurso del racismo, sólo volteando los roles.

Lo importante sería si este "racismo inverso" puede, en efecto, transformar la sociedad. Entramos en el terreno de la distopía. Si ese "racismo" invertido triunfara tendríamos, en todo caso, un mundo al revés, con los blancos esclavizados por los negros. El futuro sería lo opuesto que el pasado. 

Pero si queremos hablar del presente. Tenemos que plantear el tema del "racismo inverso" en la sociedad liberal. ¿Para qué se usa ese término? ¿Qué función tiene? Y nos damos cuenta que el uso que se le da es para desacreditar a las y los que, de manera reactiva, parecen odiar a los que odian. Los que "discriminan" a una persona por ser blanca, dentro de un sistema en el que la blanquitud sigue siendo lo dominante.

Así, los que denuncian el "racismo inverso" descalifican a estos otros racistas de "hacer lo mismo" que los racistas. Y eso es lo que desmiento. Pues los racistas dominantes hablan desde una posición construida históricamente, que no tienen esos otros "racistas". El descalificar de "racistas inversos" a los que odian a los blancos tiene una función ideológica también. Y tiene su parte de falsedad, que es lo que expuse en el texto anterior.

Pero, como he tratado de aclarar aquí, también tiene su parte de verdad. El "racismo inverso", como efecto del racismo dominante, es una posibilidad. Y algunos pueden denunciarlo con el asidero conceptual del liberalismo y la igualdad, pero también puede ser aprovechado para descalificar luchas legítimas. 

En principio, diríamos entonces que el "racismo inverso" es parte, tal vez, de la resistencia contra el racismo y la lucha de clases. Pero que, como elemento ideológico, es demasiado básico y se limita a ser un reflejo del racismo dominante. Y también es un instrumento conceptual de los privilegiados.
Es parte de la dialéctica. Un momento en el camino de la "superación de la oposición". El odio especular al blanco, denunciado por el liberal, no superaría esa oposición, si acaso la mantendría, con signo opuesto. 

El liberal puede entonces decir que "no está bien odiar" a nadie, aunque esté parado en un sistema con raíces históricas racistas y en el que perviven cualquier cantidad de prejuicios y discriminaciones reales y materiales. Pensemos en las tasas de pobreza de blancos y negros en Estados Unidos. En la diferencia de presos negros y blancos. O en la brutalidad policíaca que se ensaña sobre todo contra los afroamericanos. 

El liberal tiene parte de razón en su llamado a "no odiar a nadie", pero ese discurso se queda corto frente a los efectos económicos, jurídicos, políticos e ideológicos de siglos de racismo o odio a los negros. 

Igualmente, el negro que odia a los blancos está reaccionando, de forma básica e irracional, al sistema de opresión y el odio que padece. Pero ese odio se queda igualmente corto en la superación de la oposición. 

¿Cómo sería esa superación? La respuesta escapa, a mi parecer, al tema del racismo. Y debe incluir el sexismo, la homofobia y, en primer lugar, el clasismo y la lucha de clases. El liberal cree que puede superar el racismo, el sexismo, la homofobia y el propio clasismo sin superar el capitalismo, cuando este sistema, ésa es la médula de la cuestión, se construyó con base en el racismo, el sexismo, la homofobia y el clasismo.

Es como si quisiera "limpiar" en capitalismo de sus pecados y conservarlo así, purificado, para siempre. Otros pensamos, al contrario, que el racismo, el sexismo, la homofobia y el clasismo sólo serán superados plenamente junto con el capitalismo. Y que las luchas han de ser interseccionales. 
Frente al racismo y sus reflejos no proponemos un racismo inverso, sino lo inverso del racismo, como frente al capitalismo no proponemos simplemente el empoderamiento de la clase trabajadora y el sometimiento de la clase propietaria, sino la anulación de las clases.

sábado, 25 de febrero de 2023

Apuntes marxistas sobre el "racismo inverso"

 


En ciertos sectores y en ciertos lugares ha cobrado auge la crítica a las diversas formas de discriminación, desde las materiales hasta las lingüísticas o culturales. Se habla de racismo, sexismo, misoginia y homofobia. Y hay quienes, desde otra posición, hablan de "racismo inverso" o "misandria". 

Para dar claridad a estos temas, es muy útil la herramienta conceptual. Karl Marx, que seguramente no se ocupó del "racismo inverso", sin embargo diseñó una propuesta de comprensión diacrónica y sincrónica de la historia. Si tomamos el enfoque sincrónico, obtenemos una mirada del "edificio social", que se divide en una "base" y una "superestructura".

La base

En la base de la sociedad hay, esencialmente, dos elementos: las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Las primeras son la materia prima, las máquinas, la propia fuerza de trabajo humana y, en una palabra, lo que Marx llama "medios de producción". Las segundas, las relaciones de producción, son la manera en que los seres humanos se organizan para producir. En el caso de la sociedad capitalista, las relaciones de producción se configuran a partir de la propiedad, que establece un vínculo entre el propietario y el no propietario, a través, por ejemplo, del salario.

La superestructura

Pues bien, por encima de esa base se alza una "superestructura", que estaría determinada, en mayor o menor medida, por esas fuerzas y esas relaciones de producción. Uno de los niveles de la superestructura es el sistema jurídico, la expresión legal de las relaciones de producción, por poner un ejemplo. Así, la propiedad es consagrada por las leyes. Hay un derecho de propiedad. Y hay también un sistema penal, que castiga a los infringen las normas. 

Para Marx y los marxistas, desde aquí, las leyes son hechas para la clase propietaria, lo que no quiere decir, por supuesto, que haya una lucha de clases que también se expresa en cambios legales que favorecen a la clase no propietaria. Es una dinámica dialéctica. Lo que sí sería intocable es el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, pues, si no lo hubiera, ya no estaríamos hablando de un sistema capitalista.

Otro nivel de la superestructura es el sistema político. La forma en que el poder de la clase propietaria se expresa en instituciones, partidos, tipos de régimen y tipos de gobierno. La república democrática representativa sería el sistema político por excelencia afín al sistema capitalista. 

De nueva cuenta, sólo con la lucha de clases, esos sistemas republicanos han dado representatividad a la clase obrera y sus partidos, lo que prepara el escenario para una lucha política revolucionaria. 

Pues bien, el último nivel de la superestructura ideológica, una especie de sistema de ideas, prejuicios, imaginarios, que tienen como función justificar, en el nivel del discurso y los esquemas de pensamiento, lo que sucede en los otros niveles de la superestructura y, principalmente, en la base de la sociedad. 

Así, por ejemplo, ideológicamente creemos que "está mal" que un obrero se adueñe de la máquina o del taller en que trabaja. Pues el propietario ha invertido en eso y es su derecho conservarlo. 

Si exploramos en otras épocas del sistema capitalista, nos encontramos con una etapa que avergonzaría a cualquier liberal. Quizá sea un abuso decir que la colonización de América se dio durante la etapa capitalista, pero sí que podemos decir con mayor fundamento que el esclavismo que se practicó en esa etapa fue un impulso para la emergencia del capitalismo moderno.

Sólo como referencia, hay que recordar que las grandes potencias desde el siglo XV y hasta muy entrado el siglo XIX (ya en pleno capitalismo) traficaron con esclavos a través del Atlántico. En los términos en los que hablábamos más arriba, la base económica de la sociedad incluía una relación de producción entre un amo y un esclavo. 

Es decir, la relación de producción "principal" entre el burgués (propietario) y el trabajador asalariado (no propietario) convivió durante siglos con una relación de producción "secundaria" entre el amo, que era no sólo patrón sino dueño del trabajador, el esclavo. 

Ahora bien, esos esclavos no provenían de cualquier lugar, sino de África. Y su color de piel era oscuro. ¿Cómo se tradujo esta realidad económica en el nivel de la superestructura ideológica? Es el origen del racismo, como ideología según la cual la "raza negra" es inferior a la "raza blanca". Y, como es inferior, de alguna manera se justifica que no goce de los mismos derechos.

En resumen, el racismo es la expresión ideológica que justificó, en la Modernidad, la relación de producción esclavista, que, como ya se ha dicho, formó parte del desarrollo del capitalismo durante varios siglos. 

El "racismo inverso"

Definido así, podemos preguntarnos si hay algún fundamento del "racismo inverso" que algunos denuncian cuando alguien es "discriminado" por ser blanco o de tez clara. Y es inmediatamente claro que no lo hay, pues, dicho sucintamente, no existe una relación de producción (base) que esté siendo justificada ideológicamente por un "racismo" contra la "raza blanca". No hay un sistema jurídico que incluya un derecho de un "amo negro" sobre un "esclavo blanco" (como sí lo existió en su momento del amo blanco sobre el amo negro) y tampoco existe un sistema político en el que el blanco esté privado de toda participación, como sí lo estuvieron los esclavos africanos por siglos. 

El "racismo inverso", como ideología, no tiene ninguna superestructura política o jurídica, y tampoco ninguna base económica, con relaciones de producción, que justificar. No hay, en este sentido, una realidad social e histórica en la que pudo haber surgido, como elemento superestructural, un "racismo inverso" del negro contra el blanco. 

En resumen, no existe el "racismo inverso", en términos sistémicos. Si existen prácticas de "discriminación" contra la gente de tez blanca, se trataría, en todo caso, de actos particulares, individuales, sin base económica ni expresión jurídica o política y, en resumen, sin asidero histórico alguno. 

Algo similar puede decirse de la "misandria", si exploramos la historia de la discriminación real, por motivos igualmente económicos y con expresión jurídica y política, contra las mujeres, que tendría como justificación ideológica la misoginia y el machismo. 

No ha habido una relación de producción en la que los varones hayan sido confinados al trabajo doméstico, por ejemplo, para que las mujeres pudieran servir como fuerza de trabajo asalariada. Y no ha habido un sistema jurídico y político que le haya negado a la mujer derechos que sí han gozado los varones (como el derecho al voto, por ejemplo, o la misma ciudadanía). La misoginia, como ideología que ha justificado esa desigualdad real, tiene base histórica, económica, jurídica y política. La "misandria" no. 

La teoría marxista de la sociedad, con enfoque sincrónico, nos sirve para desmontar las denuncias de "racismo inverso" o "misandria" que se lanzan contra las y los que luchan contra el racismo y la misoginia en la sociedad capitalista actual. El siguiente paso es que esa misma teoría, con las adaptaciones adecuadas, nos sirva para superar al propio capitalismo.

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